jueves, noviembre 16, 2006

Los Guerreros de las Llamas ( II )

(Continuación)

Lord Merric abrió mucho los ojos, sorprendido. Un punzante desaliento empezó a hacer mella en él pero, recordándose a sí mismo quién era y a quién representaba, intentó ver más allá del propio temor y empezó rápidamente a calcular una estrategia que les hiciera morir como buenos caballeros de la Rosa Blanca. Aún quieto en lo alto de la torre, vio cómo El Sumo Guerrero de la Muerte, aquel al que había enseñado todo lo que sabía sobre el arte de la lid, se colocaba al frente de su ejército y se preparaba para la batalla. Sus caballeros, cada uno en su puesto, tensaron los músculos y prepararon las armas para resistir, costase lo que costase, al nuevo embate del enemigo. Contempló cómo Akrann desenvainaba su espada y, alzándola a lo alto, daba la temida señal de cargar. Las primeras líneas de caballeros de Khorla salieron enarbolando sus armas mientras las catapultas se cargaban e infantes protegidos por los arqueros llevaban escalas y cuerdas con arpones para iniciar un nuevo asedio que seguro sería el último que hicieran contra aquel castillo. Lord Merric bajó su propia espada y sus caballeros esperaron.
La descomunal marea de oscuros paladines cabalgando a destajo hacia los muros del castillo, gritó al cielo su bramido.

- ¡ Someteos a la Oscuridad y al Vacío o morid!.-

Flechas por ambos lados comenzaron a elevarse al cielo en vuelos parabólicos que acertaron a enemigos de uno y otro bando por igual aún cuando los defensores de Aweth apenas disponían de flechas que lanzar. El choque contra las altas murallas se produjo.
Gritos a la Diosa de la Vida se oyeron. Maldiciones al Señor del Vacío Absoluto también. Lord Merric gritó, haciendo que su voz se elevara por encima de la propia batalla.

- ¡ Luchad, mis valientes paladines, luchad y demostradle a nuestro enemigo el verdadero significado del Honor!.

Los aullidos de dolor comenzaron a oírse por entre el anochecer y, caballero a caballero, la muerte volvió a inundar RavenShadow. Magia de las Almas y el Vacío llenaron la batalla con sus palabras de poder. Caían más enemigos por cada Awethita, pero la gran diferencia numérica hacía que eso no importase demasiado. Lord Akrann galopó por entre sus caballeros hasta ponerse al frente, justo ante el gran portón de madera y acero que custodiaba la entrada al castillo. Sus ojos se posaron en la figura colocada en lo alto del parapeto justo encima de la puerta. La figura, que pertenecía a Lord Merric, le observó a su vez. En ese momento, mientras caballeros del bien perecían a manos de las flechas enemigas y los paladines del mal sufrían la enconada defensa, uno de los arietes enemigos logró encontrar una grieta. El portón saltó sobre sus goznes hecho pedazos y una marea de jinetes enfundados en el acero negro de los Caballeros de Khorla penetró dispuestos a luchar. La batalla tras los muros del castillo empezó a librarse. Varios caballeros defensores intentaban cubrir el hueco que la rotura de la puerta había producido pero, pronto, el patio se llenó de soldados enemigos. Más protectores de Aweth murieron. Lord Akrann, sin dejar de mirar fijamente a su adversario, que una vez había sido su maestro, entró seguido de sus más fieles guerreros.
En ese mismo instante, cuando el Sol desaparecía en rojo por entre las lejanas montañas elevando sus brillos hasta tocar el metal de los combatientes, el cielo se abrió. Las densas nubes grisáceas del anochecer dejaron paso a un fulgurante y rojo resplandor que cegó momentáneamente a los allí reunidos, incluido Lord Merric. Los caballos de los Guerreros de Khorla relincharon asustados y el caos empezó a adueñarse de la carga. Frenazos descontrolados, caballeros cayendo de sus monturas o choques entre sí, lograron parar el combate.
Lord Akrann y su guardia de Corps, impasibles, frenaron con habilidad su avance. Los guardianes del comandante, incluido Lord Loghim, se colocaron en posición defensiva alrededor de su Señor y esperaron acontecimientos.
Del agujero abierto en el ya oscuro cielo salieron varias figuras llameantes que, montadas en extrañas bestias de fuego parecidas a pequeños y esbeltos dragones rojos, enarbolaban espadas flamígeras y portaban armaduras de acero rojo y oro con un desconocido símbolo impreso en ellas. Las Seis llamas de los petos brillaban a la luz del ocaso y refulgían los yelmos que ocultaban la identidad de aquellos seres a los ojos de los contendientes de RavenShadow. Siguieron saliendo columnas tras columnas de guerreros hasta que unos mil llegaron.
Lord Akrann departió urgentemente con sus fieles e impartió nuevas órdenes para combatir a los recién llegados en el caso de que éstos hubieran venido a luchar contra ellos. Dos oficiales partieron aprovechando el estupor de los defensores, uno a las filas que aún no habían penetrado en el bastión, otro a las tropas que comenzaban a hacerlo lenta pero inexorablemente.
El ser que encabezaba a los guerreros de formas humanoides se adelantó mirando a los presentes. Portaba un increíble bastón de rubí terminado en una doble cabeza de hacha. Su cabeza, enfundada en un yelmo de bordes redondeados y de empinada cresta formando una llama, observó a los dos comandantes y habló. Su voz resonó en las mentes de cada contendiente como si aquel estuviera hablándoles justo a su lado. Era enérgica pero estaba limitada por un tinte neutro y controlado, una seguridad infinita y un valor realmente estimable.

- ¡Deteneos!. Ambos.

A pesar de su imperiosa orden, varios guerreros por ambas partes continuaban la lucha iniciada, casi todos envueltos en duelos de honor. Lord Merric se adelantó y miró hacia el cielo. Los guerreros de llameantes atuendos conformaban un espectáculo realmente impresionante. Allí, en medio de la batalla, resaltaban sobre el cielo oscuro como antorchas. Sus altos yelmos y llameantes espadas, sus miradas ocultas pero decididas daban a la escena más calor que si la acción hubiera estado desarrollándose en el interior de las grandes forjas de los BanishKind de la superficie. El invierno comenzó a perder su crudeza, la nieve se derritió en los aledaños del castillo, y los guerreros de ambos bandos empezaron a desabrocharse capas y tabardos de manera descuidada.
Lord Akrann se adelantó. Miró durante un segundo a Lord Merric y éste respondió a su vez con su mirada desde lo alto de su castillo.

- ¿ Quién sois vos, que interrumpís de tal modo nuestro duelo a muerte?, ¿Acaso no comprendéis que tratamos de honor?. – Su voz sonó autoritaria y poderosa, pero el caballero del bastón carmesí no hizo ningún ademán de obedecer o inclinarse ante el Supremo Señor que le hablaba. Sin embargo, le contestó fríamente.

- Mi nombre poco importa, Lord Akrann, lo que ahora nos es dado impedir es que el equilibrio de la lucha entre el Alma y el Vacío - siga resintiéndose como hasta hoy. Mi señor, Dios - Dragón del Fuego, nos envía. Lucharemos contra todo aquel que intente hacer predominar la Oscuridad sobre el mundo que nuestro Dios nos ha encomendado guardar.

Mientras el caballero hablaba, los mil guerreros que le precedían comenzaron a rodear el campo de batalla en perfecta formación con sus monturas aéreas a lo largo de la fortaleza. Elevaron sus armas y los yelmos carmesíes comenzaron a brillar hasta que, con miles de estallidos, llamearon cuales hogueras de rojo fuego. Las lanzas bajaron, apuntando a los caballeros de Khorla y a sus aliados, a las catapultas malditas y a los mismos Magos del Vacío que, alarmados, empezaron a conjurar su magia para detenerles. Impasibles, los Caballeros del Fuego esperaron. El Bastón del Fuego brilló.

- No es un combate equilibrado, Lord Akrann. Vuestras fuerzas han superado a las de Aweth durante demasiado tiempo. Sufrid ahora las consecuencias de la ruptura de las leyes del Cosmos que habéis provocado.

Y en el tiempo en el que un suspiro expira en los labios, el fuego mortal se abatió sobre los poderosos caballeros de la oscuridad mientras Lord Merric permanecía estupefacto, inmóvil, observando cómo sus enemigos perecían.
El caos se adueñó por completo de la escena, Caballos relincharon y se encabritaron, huyendo y desmontando a la fuerza a sus jinetes. Todo ardió y se produjo una retirada masiva de aquellos que pudieron sobrevivir. Lord Akrann, furioso, hizo ademán de cargar contra ellos, lleno de rabia; pero Lord Loghim, que estaba a su lado, consiguió convencerle y le ayudó a salir de entre el fuego para ponerle a salvo. Todos sus fieles se colocaron a su alrededor con los escudos levantados para ofrecer a su señor toda la protección posible.
Al cabo de eternos instantes, minutos que parecieron segundos, el fuego de la muerte se apagó. Los guerreros del fuego envainaron sus espadas y colocaron las lanzas en el estribo de sus salamandras aéreas. Se situaron en formación de columnas con su comandante, el que había hablado antes, al frente y comenzaron a alejarse por el cielo negro envuelto en estrellas. El caballero, sin ni siquiera volverse, declaró:

- Derrotaremos a la Oscuridad con Fuego, y no habrá piedad para nadie.

Y Lord Merric quedó allí, encima de la torre más alta de su bastión, contemplando junto a sus valientes caballeros la destrucción y la muerte producida entre las filas de sus odiados adversarios, y aunque los odiaba por ser malignos, porque eran sus enemigos, no pudo reprimir un escalofrío que le recorrió su espalda mientras recordaba la fría neutralidad, el impasible y tremendo poder de aquellos sus “salvadores”.

FIN?

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viernes, noviembre 10, 2006

Los Guerreros de las Llamas ( I )

"In Memorian" de la Literatura Fantástica.

La noche estaba presta a llegar. Los sonidos sollozantes de la muerte llenaban los altos y antiguos muros del castillo. La fortaleza se erigía solitaria por entre las montañas mientras, con contenido temor, sus elevadas torres verían cargar de nuevo contra sus castigadas murallas a una nueva marea de ataque de los Ejércitos Oscuros de Khorla.
El Lord de RavenShadow, en tensa postura sobre la Puerta Norte, elevó de nuevo su espada consumida en sangre para indicar a sus bravos y fieles caballeros que habrían de prepararse nuevamente para la acometida del mal. Eran únicamente doscientos paladines de la Luz, caballeros de la Rosa Blanca resistiendo hasta sus últimos alientos. Había más de cinco mil Caballeros de la Reina Sombra. Se decía que el Lord Absoluto de las fuerzas enemigas, Lord Akrann, tenía la intención de conquistar todo el continente. Incluidos los Siete Reinos. Y lo estaba consiguiendo. Medio reino de Aweth era ya suyo. Sólo las islas, sólo el Sur, permanecían libres de su poderoso yugo, pero, tal y como se estaban desarrollando los acontecimientos, ellos perecerían allí luchando y sus muertes permitirían seguir avanzando a sus odiados adversarios por todo Aulion.
Lord Merric de RavenShadow observó a su alrededor. La parte principal del castillo familiar ennegrecía ahora sus antaño blanquecinas paredes de sillares. Sus habitantes, colmados de pureza en sus corazones, parecían prestarles a las viejas piedras esa blancura perpetua. Nunca antes habíanse ensuciado así tamaños muros. Las llameantes catapultas del enérgico adversario, cargadas con la maldición del Vacío Absoluto, habían conseguido apagar de momento el orgullo de Aweth; de la ciudad de Liunndé a RavenShadow.
El largo mostacho del color de la paja segada de Lord Merric caía sobre su cuadrada mandíbula. Su nariz, un tanto chata, se hallaba enrojecida por el seco frío del invierno que no hacía si no empeorar el sitio que su morada sufría desde que el otoño comenzara en Aweth. Un terrible escalofrío le hizo presentir que esa noche iba a ser la última. Mechones del rizado cabello rubio del noble sobresalían en desordenada procesión por debajo del emplumado yelmo de acero cuya visera se hallaba elevada ahora. Sus ojos, verdes como las hojas de los álamos en primavera, continuaron observando.
El patio de armas rebosaba. Caballeros heridos que exhalaban gemidos de muerte estaban siendo atendidos por la magia curativa de las Almas que sus propios compañeros pedían con fe a la diosa – dragón de la Vida, Daelbeth. La mayoría subía a sus puestos, abandonados hacía poco por la proximidad de la noche, con las armas prestas y la cara cubierta de mortecinas sombras que denotaban el cansancio de sus antaño fuertes espíritus. El mismo Lord estaba preocupado. Ningún comandante ordenaría un ataque estando tan pronta la caída del Sol. ¿Qué tramaban?
A lo lejos, el campamento enemigo elevado tras una colina alzaba sus pendones de muerte cuando el Sol caía envuelto en el fuego violáceo del anochecer, simbolizando la propia caída de la nación de Aweth. La actividad de las tropas preparándose en divisiones para llevar a cabo el ataque proporcionaba a Lord Merric, que observaba desde la lejana torre, una inquietud patente que le hizo mirar de nuevo hacia sus maltrechos y mermados caballeros. ¿Resistirían? Las tiendas de oscuras telas y lóbregos pendones que ondeaban desafiantes se desparramaban íntegras a lo largo de una gran extensión y de una manera ordenada pero que, desde fuera y, debido a los accidentes del terreno, asemejaban ser como olas de negro caos.
Los pendones oscuros de la tienda principal permanecían inmóviles, como si el viento que afectaba a las banderas de todo el campamento hubiera encontrado resistencia al llegar a ellos. La carpa de resistente lona azul mostraba en su parte central el inexorable símbolo de Khorla, un cráneo de dragón rodeado por intensas runas de plata de gran tamaño e inmenso poder. El toldo que conformaba el pasillo de acceso a su interior, de rebordes ondulados y color de las runas, estaba custodiado por dos caballeros de la Muerte que pertenecían a la Guardia Negra del Señor de la Guerra: Loghim Iviangius, comandante del tercer batallón al servicio de su Oscura Majestad de Khorla. Sus rostros, tan impasibles como sus negras armaduras y sus expresiones al enarbolar sus aceros contra los paladines del bien, eran jóvenes pero guardarían aquel acceso incluso después de muertos. Altos Hechiceros de la Orden del Cráneo, Magos del Vacío Absoluto con sus conjuros de mantener la muerte en vida se habían encargado de ello.
La puerta de tela de la tienda de su comandante se abrió. De ella, lenta y solemnemente, comenzó a salir la cúpula de mando del regimiento apostado junto a aquel molesto e insignificante bastión enemigo. Primero salió Urghainor, Caballero Gris y experto nigromante. Los pliegues de su túnica color gris perla revolotearon en torno a él mientras su rostro, delgado y macilento, dejaba escapar una sonrisa de triunfo. Tras él, erguido y firme como una roca, salió Lord Loghim. Era un humano de piel negra y lisa, su tersura y ausencia de vello en el rostro denotaban, sin embargo, su cercano parentesco con huroins. El cabello, profusamente rizado, ondeaba libre del yelmo que tras él portaba su escudero. Sus dorados ojos brillaban como ascuas ardientes y su boca también expresaba su pronta victoria y un misterioso orgullo cuando, solemne, se apartó a un lado del toldo para dejar pasar a aquel que nadie había visto llegar. Se trataba de una figura alta y de fornida compostura. Vestía armadura completa. El acero negro que le recubría le hacía envolverse en sombras cuando la oscura capa de terciopelo caía sobre sus hombros. Portaba a la espalda un inmenso mandoble enfundado en un cómodo arnés de cuero negro del que se decía había pertenecido al lomo de una terrible bestia cuya piel de ébano él había reclamado como trofeo de la justa lid en la que le había vencido. Su porte decidido y su mirada fría hicieron que cada oficial superior, cada cuerpo, cada compañía, cada batallón afinara su postura de firmes colocándose en perfecta formación para que su máximo comandante pasara ante ellos antes de la batalla. Su peto brilló con la caída del Sol, mostrando a todos los presentes los perfectos grabados en el acero: una miríada de espinas de rosas negras rodeando el cráneo de hueso de un dragón. Con paso decidido y traspasando las almas de los caballeros con sus ojos azul oscuro, empezó a pasar revista mientras daba las órdenes a unos oficiales rebosantes de orgullo. Su faz expresaba tal seguridad de ganar que con su sola mirada la estaba empezando a transmitir a todo el ejército. Lord Akrann había llegado.

Continuará...

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El Cuento de Hadas Más Corto

Había una vez una muchacha que le preguntó a un chico si se quería casar con élla.

El chico dijo "no".

Y la muchacha vivió feliz para siempre, sin lavar, cocinar, planchar para nadie, saliendo con sus amigas, tirándose a numerosos hombres y sin trabajar para ninguno.

FIN

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