viernes, noviembre 10, 2006

Los Guerreros de las Llamas ( I )

"In Memorian" de la Literatura Fantástica.

La noche estaba presta a llegar. Los sonidos sollozantes de la muerte llenaban los altos y antiguos muros del castillo. La fortaleza se erigía solitaria por entre las montañas mientras, con contenido temor, sus elevadas torres verían cargar de nuevo contra sus castigadas murallas a una nueva marea de ataque de los Ejércitos Oscuros de Khorla.
El Lord de RavenShadow, en tensa postura sobre la Puerta Norte, elevó de nuevo su espada consumida en sangre para indicar a sus bravos y fieles caballeros que habrían de prepararse nuevamente para la acometida del mal. Eran únicamente doscientos paladines de la Luz, caballeros de la Rosa Blanca resistiendo hasta sus últimos alientos. Había más de cinco mil Caballeros de la Reina Sombra. Se decía que el Lord Absoluto de las fuerzas enemigas, Lord Akrann, tenía la intención de conquistar todo el continente. Incluidos los Siete Reinos. Y lo estaba consiguiendo. Medio reino de Aweth era ya suyo. Sólo las islas, sólo el Sur, permanecían libres de su poderoso yugo, pero, tal y como se estaban desarrollando los acontecimientos, ellos perecerían allí luchando y sus muertes permitirían seguir avanzando a sus odiados adversarios por todo Aulion.
Lord Merric de RavenShadow observó a su alrededor. La parte principal del castillo familiar ennegrecía ahora sus antaño blanquecinas paredes de sillares. Sus habitantes, colmados de pureza en sus corazones, parecían prestarles a las viejas piedras esa blancura perpetua. Nunca antes habíanse ensuciado así tamaños muros. Las llameantes catapultas del enérgico adversario, cargadas con la maldición del Vacío Absoluto, habían conseguido apagar de momento el orgullo de Aweth; de la ciudad de Liunndé a RavenShadow.
El largo mostacho del color de la paja segada de Lord Merric caía sobre su cuadrada mandíbula. Su nariz, un tanto chata, se hallaba enrojecida por el seco frío del invierno que no hacía si no empeorar el sitio que su morada sufría desde que el otoño comenzara en Aweth. Un terrible escalofrío le hizo presentir que esa noche iba a ser la última. Mechones del rizado cabello rubio del noble sobresalían en desordenada procesión por debajo del emplumado yelmo de acero cuya visera se hallaba elevada ahora. Sus ojos, verdes como las hojas de los álamos en primavera, continuaron observando.
El patio de armas rebosaba. Caballeros heridos que exhalaban gemidos de muerte estaban siendo atendidos por la magia curativa de las Almas que sus propios compañeros pedían con fe a la diosa – dragón de la Vida, Daelbeth. La mayoría subía a sus puestos, abandonados hacía poco por la proximidad de la noche, con las armas prestas y la cara cubierta de mortecinas sombras que denotaban el cansancio de sus antaño fuertes espíritus. El mismo Lord estaba preocupado. Ningún comandante ordenaría un ataque estando tan pronta la caída del Sol. ¿Qué tramaban?
A lo lejos, el campamento enemigo elevado tras una colina alzaba sus pendones de muerte cuando el Sol caía envuelto en el fuego violáceo del anochecer, simbolizando la propia caída de la nación de Aweth. La actividad de las tropas preparándose en divisiones para llevar a cabo el ataque proporcionaba a Lord Merric, que observaba desde la lejana torre, una inquietud patente que le hizo mirar de nuevo hacia sus maltrechos y mermados caballeros. ¿Resistirían? Las tiendas de oscuras telas y lóbregos pendones que ondeaban desafiantes se desparramaban íntegras a lo largo de una gran extensión y de una manera ordenada pero que, desde fuera y, debido a los accidentes del terreno, asemejaban ser como olas de negro caos.
Los pendones oscuros de la tienda principal permanecían inmóviles, como si el viento que afectaba a las banderas de todo el campamento hubiera encontrado resistencia al llegar a ellos. La carpa de resistente lona azul mostraba en su parte central el inexorable símbolo de Khorla, un cráneo de dragón rodeado por intensas runas de plata de gran tamaño e inmenso poder. El toldo que conformaba el pasillo de acceso a su interior, de rebordes ondulados y color de las runas, estaba custodiado por dos caballeros de la Muerte que pertenecían a la Guardia Negra del Señor de la Guerra: Loghim Iviangius, comandante del tercer batallón al servicio de su Oscura Majestad de Khorla. Sus rostros, tan impasibles como sus negras armaduras y sus expresiones al enarbolar sus aceros contra los paladines del bien, eran jóvenes pero guardarían aquel acceso incluso después de muertos. Altos Hechiceros de la Orden del Cráneo, Magos del Vacío Absoluto con sus conjuros de mantener la muerte en vida se habían encargado de ello.
La puerta de tela de la tienda de su comandante se abrió. De ella, lenta y solemnemente, comenzó a salir la cúpula de mando del regimiento apostado junto a aquel molesto e insignificante bastión enemigo. Primero salió Urghainor, Caballero Gris y experto nigromante. Los pliegues de su túnica color gris perla revolotearon en torno a él mientras su rostro, delgado y macilento, dejaba escapar una sonrisa de triunfo. Tras él, erguido y firme como una roca, salió Lord Loghim. Era un humano de piel negra y lisa, su tersura y ausencia de vello en el rostro denotaban, sin embargo, su cercano parentesco con huroins. El cabello, profusamente rizado, ondeaba libre del yelmo que tras él portaba su escudero. Sus dorados ojos brillaban como ascuas ardientes y su boca también expresaba su pronta victoria y un misterioso orgullo cuando, solemne, se apartó a un lado del toldo para dejar pasar a aquel que nadie había visto llegar. Se trataba de una figura alta y de fornida compostura. Vestía armadura completa. El acero negro que le recubría le hacía envolverse en sombras cuando la oscura capa de terciopelo caía sobre sus hombros. Portaba a la espalda un inmenso mandoble enfundado en un cómodo arnés de cuero negro del que se decía había pertenecido al lomo de una terrible bestia cuya piel de ébano él había reclamado como trofeo de la justa lid en la que le había vencido. Su porte decidido y su mirada fría hicieron que cada oficial superior, cada cuerpo, cada compañía, cada batallón afinara su postura de firmes colocándose en perfecta formación para que su máximo comandante pasara ante ellos antes de la batalla. Su peto brilló con la caída del Sol, mostrando a todos los presentes los perfectos grabados en el acero: una miríada de espinas de rosas negras rodeando el cráneo de hueso de un dragón. Con paso decidido y traspasando las almas de los caballeros con sus ojos azul oscuro, empezó a pasar revista mientras daba las órdenes a unos oficiales rebosantes de orgullo. Su faz expresaba tal seguridad de ganar que con su sola mirada la estaba empezando a transmitir a todo el ejército. Lord Akrann había llegado.

Continuará...

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3 comentarios:

Anonymous Anónimo ha dicho...

Antes de declarar muerta la literatura fantástica y dedicarle un relato "in memoriam", lee "La Canción de Hielo y Fuego" (empieza por el primero, "El Juego de Tronos"), por favor.

miércoles, noviembre 15, 2006  
Blogger Sheena ha dicho...

Aunque no tenga porqué dar explicaciones, te diré que voy por el tercer libro de "La Canción de Hielo y Fuego" ("Tormenta de Espadas") y precisamente por éste y por la "Nueva Literatura Fantástica (Eragon, Geralt de Rivia, etc...)quería dedicar un recuerdo a la que yo leía de adolescente. No es que considere "muerta" la literatura fantástica, más bien "renovada".
besukis!

jueves, noviembre 16, 2006  
Anonymous Anónimo ha dicho...

No te pongas asi, solo decia que antes de dedicar algo en memoria de (que se suele hacer en memoria de algo ya fallecido) la literatura fantástica, te recomendaba la lectura de la Canción... pero ya veo que no necesitas recomendaciones ;-)

jueves, noviembre 16, 2006  

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