Volver, ¿volver?

En capítulos anteriores...

En años anteriores me había ido de vacaciones en fechas más tardías (septiembre/octubre) y aunque llegaba a ellas con ganas, aguantaba bastante bien el quedarme trabajando observando sin apenas envidia el ir y venir vacacional de mis compañeros, familiares y amigos. De hecho, cuando mi madre me dijo: "Te he encontrado y comprado un billete de avión barato para que vengas a verme en Julio", no tuve fuerzas para negarme pero en el fondo pensé: "que pronto, a ver como aguanto yo hasta Navidad".
Sin embargo, a medida que se iba acercando la fecha señalada, más harta estaba yo y más deseos de desconectar me entraban. Me notaba picajosa, contestando a mis compañeros de trabajo con educación pero de manera cortante cuando antes siempre lo hacía con una sonrisa. Enfadándome con Ti a la mímina - y él aguantando como un jabato paciente sin parar de decirme: "relax, relax" - y hasta el moño de las clases para la oposición con las que antes disfrutaba. Me costaba levantarme por las mañanas, meterme en la ducha, hacerme el café, vestirme y andar los menos de diez minutos que me separan del autobús que me lleva al trabajo. Y no es que estuviera deprimida, es que estaba CANSADA (con mayúsculas, negrita y tamaño de letra Large).
Al fin llegó el día y, tras dormir como una bendita hasta las 10:00 h (suelo levantarme a las 06:15 h) me fui a Alcalá de Henares a pasar el primer fin de semana de vacaciones. Mano de santo, oye, en cuanto cogí el bus interurbano y apareció el primer arbolito fue como si cambiara de dimensión. Me olvidé del trabajo, de las tensiones, del cansancio...de tó.
Los daiquiris en la playa, un montón de libros, el Boston Ballet, y las llamadas diarias de mi amor han hecho el resto del trabajo.
No he vuelto a la rutina, me he reencontrado con ella, que queda más profundo.