Los Guerreros de las Llamas ( II )
(Continuación)
Lord Merric abrió mucho los ojos, sorprendido. Un punzante desaliento empezó a hacer mella en él pero, recordándose a sí mismo quién era y a quién representaba, intentó ver más allá del propio temor y empezó rápidamente a calcular una estrategia que les hiciera morir como buenos caballeros de la Rosa Blanca. Aún quieto en lo alto de la torre, vio cómo El Sumo Guerrero de la Muerte, aquel al que había enseñado todo lo que sabía sobre el arte de la lid, se colocaba al frente de su ejército y se preparaba para la batalla. Sus caballeros, cada uno en su puesto, tensaron los músculos y prepararon las armas para resistir, costase lo que costase, al nuevo embate del enemigo. Contempló cómo Akrann desenvainaba su espada y, alzándola a lo alto, daba la temida señal de cargar. Las primeras líneas de caballeros de Khorla salieron enarbolando sus armas mientras las catapultas se cargaban e infantes protegidos por los arqueros llevaban escalas y cuerdas con arpones para iniciar un nuevo asedio que seguro sería el último que hicieran contra aquel castillo. Lord Merric bajó su propia espada y sus caballeros esperaron.
La descomunal marea de oscuros paladines cabalgando a destajo hacia los muros del castillo, gritó al cielo su bramido.
- ¡ Someteos a la Oscuridad y al Vacío o morid!.-
Flechas por ambos lados comenzaron a elevarse al cielo en vuelos parabólicos que acertaron a enemigos de uno y otro bando por igual aún cuando los defensores de Aweth apenas disponían de flechas que lanzar. El choque contra las altas murallas se produjo.
Gritos a la Diosa de la Vida se oyeron. Maldiciones al Señor del Vacío Absoluto también. Lord Merric gritó, haciendo que su voz se elevara por encima de la propia batalla.
- ¡ Luchad, mis valientes paladines, luchad y demostradle a nuestro enemigo el verdadero significado del Honor!.
Los aullidos de dolor comenzaron a oírse por entre el anochecer y, caballero a caballero, la muerte volvió a inundar RavenShadow. Magia de las Almas y el Vacío llenaron la batalla con sus palabras de poder. Caían más enemigos por cada Awethita, pero la gran diferencia numérica hacía que eso no importase demasiado. Lord Akrann galopó por entre sus caballeros hasta ponerse al frente, justo ante el gran portón de madera y acero que custodiaba la entrada al castillo. Sus ojos se posaron en la figura colocada en lo alto del parapeto justo encima de la puerta. La figura, que pertenecía a Lord Merric, le observó a su vez. En ese momento, mientras caballeros del bien perecían a manos de las flechas enemigas y los paladines del mal sufrían la enconada defensa, uno de los arietes enemigos logró encontrar una grieta. El portón saltó sobre sus goznes hecho pedazos y una marea de jinetes enfundados en el acero negro de los Caballeros de Khorla penetró dispuestos a luchar. La batalla tras los muros del castillo empezó a librarse. Varios caballeros defensores intentaban cubrir el hueco que la rotura de la puerta había producido pero, pronto, el patio se llenó de soldados enemigos. Más protectores de Aweth murieron. Lord Akrann, sin dejar de mirar fijamente a su adversario, que una vez había sido su maestro, entró seguido de sus más fieles guerreros.
En ese mismo instante, cuando el Sol desaparecía en rojo por entre las lejanas montañas elevando sus brillos hasta tocar el metal de los combatientes, el cielo se abrió. Las densas nubes grisáceas del anochecer dejaron paso a un fulgurante y rojo resplandor que cegó momentáneamente a los allí reunidos, incluido Lord Merric. Los caballos de los Guerreros de Khorla relincharon asustados y el caos empezó a adueñarse de la carga. Frenazos descontrolados, caballeros cayendo de sus monturas o choques entre sí, lograron parar el combate.
Lord Akrann y su guardia de Corps, impasibles, frenaron con habilidad su avance. Los guardianes del comandante, incluido Lord Loghim, se colocaron en posición defensiva alrededor de su Señor y esperaron acontecimientos.
Del agujero abierto en el ya oscuro cielo salieron varias figuras llameantes que, montadas en extrañas bestias de fuego parecidas a pequeños y esbeltos dragones rojos, enarbolaban espadas flamígeras y portaban armaduras de acero rojo y oro con un desconocido símbolo impreso en ellas. Las Seis llamas de los petos brillaban a la luz del ocaso y refulgían los yelmos que ocultaban la identidad de aquellos seres a los ojos de los contendientes de RavenShadow. Siguieron saliendo columnas tras columnas de guerreros hasta que unos mil llegaron.
Lord Akrann departió urgentemente con sus fieles e impartió nuevas órdenes para combatir a los recién llegados en el caso de que éstos hubieran venido a luchar contra ellos. Dos oficiales partieron aprovechando el estupor de los defensores, uno a las filas que aún no habían penetrado en el bastión, otro a las tropas que comenzaban a hacerlo lenta pero inexorablemente.
El ser que encabezaba a los guerreros de formas humanoides se adelantó mirando a los presentes. Portaba un increíble bastón de rubí terminado en una doble cabeza de hacha. Su cabeza, enfundada en un yelmo de bordes redondeados y de empinada cresta formando una llama, observó a los dos comandantes y habló. Su voz resonó en las mentes de cada contendiente como si aquel estuviera hablándoles justo a su lado. Era enérgica pero estaba limitada por un tinte neutro y controlado, una seguridad infinita y un valor realmente estimable.
- ¡Deteneos!. Ambos.
A pesar de su imperiosa orden, varios guerreros por ambas partes continuaban la lucha iniciada, casi todos envueltos en duelos de honor. Lord Merric se adelantó y miró hacia el cielo. Los guerreros de llameantes atuendos conformaban un espectáculo realmente impresionante. Allí, en medio de la batalla, resaltaban sobre el cielo oscuro como antorchas. Sus altos yelmos y llameantes espadas, sus miradas ocultas pero decididas daban a la escena más calor que si la acción hubiera estado desarrollándose en el interior de las grandes forjas de los BanishKind de la superficie. El invierno comenzó a perder su crudeza, la nieve se derritió en los aledaños del castillo, y los guerreros de ambos bandos empezaron a desabrocharse capas y tabardos de manera descuidada.
Lord Akrann se adelantó. Miró durante un segundo a Lord Merric y éste respondió a su vez con su mirada desde lo alto de su castillo.
- ¿ Quién sois vos, que interrumpís de tal modo nuestro duelo a muerte?, ¿Acaso no comprendéis que tratamos de honor?. – Su voz sonó autoritaria y poderosa, pero el caballero del bastón carmesí no hizo ningún ademán de obedecer o inclinarse ante el Supremo Señor que le hablaba. Sin embargo, le contestó fríamente.
- Mi nombre poco importa, Lord Akrann, lo que ahora nos es dado impedir es que el equilibrio de la lucha entre el Alma y el Vacío - siga resintiéndose como hasta hoy. Mi señor, Dios - Dragón del Fuego, nos envía. Lucharemos contra todo aquel que intente hacer predominar la Oscuridad sobre el mundo que nuestro Dios nos ha encomendado guardar.
Mientras el caballero hablaba, los mil guerreros que le precedían comenzaron a rodear el campo de batalla en perfecta formación con sus monturas aéreas a lo largo de la fortaleza. Elevaron sus armas y los yelmos carmesíes comenzaron a brillar hasta que, con miles de estallidos, llamearon cuales hogueras de rojo fuego. Las lanzas bajaron, apuntando a los caballeros de Khorla y a sus aliados, a las catapultas malditas y a los mismos Magos del Vacío que, alarmados, empezaron a conjurar su magia para detenerles. Impasibles, los Caballeros del Fuego esperaron. El Bastón del Fuego brilló.
- No es un combate equilibrado, Lord Akrann. Vuestras fuerzas han superado a las de Aweth durante demasiado tiempo. Sufrid ahora las consecuencias de la ruptura de las leyes del Cosmos que habéis provocado.
Y en el tiempo en el que un suspiro expira en los labios, el fuego mortal se abatió sobre los poderosos caballeros de la oscuridad mientras Lord Merric permanecía estupefacto, inmóvil, observando cómo sus enemigos perecían.
El caos se adueñó por completo de la escena, Caballos relincharon y se encabritaron, huyendo y desmontando a la fuerza a sus jinetes. Todo ardió y se produjo una retirada masiva de aquellos que pudieron sobrevivir. Lord Akrann, furioso, hizo ademán de cargar contra ellos, lleno de rabia; pero Lord Loghim, que estaba a su lado, consiguió convencerle y le ayudó a salir de entre el fuego para ponerle a salvo. Todos sus fieles se colocaron a su alrededor con los escudos levantados para ofrecer a su señor toda la protección posible.
Al cabo de eternos instantes, minutos que parecieron segundos, el fuego de la muerte se apagó. Los guerreros del fuego envainaron sus espadas y colocaron las lanzas en el estribo de sus salamandras aéreas. Se situaron en formación de columnas con su comandante, el que había hablado antes, al frente y comenzaron a alejarse por el cielo negro envuelto en estrellas. El caballero, sin ni siquiera volverse, declaró:
- Derrotaremos a la Oscuridad con Fuego, y no habrá piedad para nadie.
Y Lord Merric quedó allí, encima de la torre más alta de su bastión, contemplando junto a sus valientes caballeros la destrucción y la muerte producida entre las filas de sus odiados adversarios, y aunque los odiaba por ser malignos, porque eran sus enemigos, no pudo reprimir un escalofrío que le recorrió su espalda mientras recordaba la fría neutralidad, el impasible y tremendo poder de aquellos sus “salvadores”.
FIN?
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Lord Merric abrió mucho los ojos, sorprendido. Un punzante desaliento empezó a hacer mella en él pero, recordándose a sí mismo quién era y a quién representaba, intentó ver más allá del propio temor y empezó rápidamente a calcular una estrategia que les hiciera morir como buenos caballeros de la Rosa Blanca. Aún quieto en lo alto de la torre, vio cómo El Sumo Guerrero de la Muerte, aquel al que había enseñado todo lo que sabía sobre el arte de la lid, se colocaba al frente de su ejército y se preparaba para la batalla. Sus caballeros, cada uno en su puesto, tensaron los músculos y prepararon las armas para resistir, costase lo que costase, al nuevo embate del enemigo. Contempló cómo Akrann desenvainaba su espada y, alzándola a lo alto, daba la temida señal de cargar. Las primeras líneas de caballeros de Khorla salieron enarbolando sus armas mientras las catapultas se cargaban e infantes protegidos por los arqueros llevaban escalas y cuerdas con arpones para iniciar un nuevo asedio que seguro sería el último que hicieran contra aquel castillo. Lord Merric bajó su propia espada y sus caballeros esperaron.
La descomunal marea de oscuros paladines cabalgando a destajo hacia los muros del castillo, gritó al cielo su bramido.
- ¡ Someteos a la Oscuridad y al Vacío o morid!.-
Flechas por ambos lados comenzaron a elevarse al cielo en vuelos parabólicos que acertaron a enemigos de uno y otro bando por igual aún cuando los defensores de Aweth apenas disponían de flechas que lanzar. El choque contra las altas murallas se produjo.
Gritos a la Diosa de la Vida se oyeron. Maldiciones al Señor del Vacío Absoluto también. Lord Merric gritó, haciendo que su voz se elevara por encima de la propia batalla.
- ¡ Luchad, mis valientes paladines, luchad y demostradle a nuestro enemigo el verdadero significado del Honor!.
Los aullidos de dolor comenzaron a oírse por entre el anochecer y, caballero a caballero, la muerte volvió a inundar RavenShadow. Magia de las Almas y el Vacío llenaron la batalla con sus palabras de poder. Caían más enemigos por cada Awethita, pero la gran diferencia numérica hacía que eso no importase demasiado. Lord Akrann galopó por entre sus caballeros hasta ponerse al frente, justo ante el gran portón de madera y acero que custodiaba la entrada al castillo. Sus ojos se posaron en la figura colocada en lo alto del parapeto justo encima de la puerta. La figura, que pertenecía a Lord Merric, le observó a su vez. En ese momento, mientras caballeros del bien perecían a manos de las flechas enemigas y los paladines del mal sufrían la enconada defensa, uno de los arietes enemigos logró encontrar una grieta. El portón saltó sobre sus goznes hecho pedazos y una marea de jinetes enfundados en el acero negro de los Caballeros de Khorla penetró dispuestos a luchar. La batalla tras los muros del castillo empezó a librarse. Varios caballeros defensores intentaban cubrir el hueco que la rotura de la puerta había producido pero, pronto, el patio se llenó de soldados enemigos. Más protectores de Aweth murieron. Lord Akrann, sin dejar de mirar fijamente a su adversario, que una vez había sido su maestro, entró seguido de sus más fieles guerreros.
En ese mismo instante, cuando el Sol desaparecía en rojo por entre las lejanas montañas elevando sus brillos hasta tocar el metal de los combatientes, el cielo se abrió. Las densas nubes grisáceas del anochecer dejaron paso a un fulgurante y rojo resplandor que cegó momentáneamente a los allí reunidos, incluido Lord Merric. Los caballos de los Guerreros de Khorla relincharon asustados y el caos empezó a adueñarse de la carga. Frenazos descontrolados, caballeros cayendo de sus monturas o choques entre sí, lograron parar el combate.
Lord Akrann y su guardia de Corps, impasibles, frenaron con habilidad su avance. Los guardianes del comandante, incluido Lord Loghim, se colocaron en posición defensiva alrededor de su Señor y esperaron acontecimientos.
Del agujero abierto en el ya oscuro cielo salieron varias figuras llameantes que, montadas en extrañas bestias de fuego parecidas a pequeños y esbeltos dragones rojos, enarbolaban espadas flamígeras y portaban armaduras de acero rojo y oro con un desconocido símbolo impreso en ellas. Las Seis llamas de los petos brillaban a la luz del ocaso y refulgían los yelmos que ocultaban la identidad de aquellos seres a los ojos de los contendientes de RavenShadow. Siguieron saliendo columnas tras columnas de guerreros hasta que unos mil llegaron.
Lord Akrann departió urgentemente con sus fieles e impartió nuevas órdenes para combatir a los recién llegados en el caso de que éstos hubieran venido a luchar contra ellos. Dos oficiales partieron aprovechando el estupor de los defensores, uno a las filas que aún no habían penetrado en el bastión, otro a las tropas que comenzaban a hacerlo lenta pero inexorablemente.
El ser que encabezaba a los guerreros de formas humanoides se adelantó mirando a los presentes. Portaba un increíble bastón de rubí terminado en una doble cabeza de hacha. Su cabeza, enfundada en un yelmo de bordes redondeados y de empinada cresta formando una llama, observó a los dos comandantes y habló. Su voz resonó en las mentes de cada contendiente como si aquel estuviera hablándoles justo a su lado. Era enérgica pero estaba limitada por un tinte neutro y controlado, una seguridad infinita y un valor realmente estimable.
- ¡Deteneos!. Ambos.
A pesar de su imperiosa orden, varios guerreros por ambas partes continuaban la lucha iniciada, casi todos envueltos en duelos de honor. Lord Merric se adelantó y miró hacia el cielo. Los guerreros de llameantes atuendos conformaban un espectáculo realmente impresionante. Allí, en medio de la batalla, resaltaban sobre el cielo oscuro como antorchas. Sus altos yelmos y llameantes espadas, sus miradas ocultas pero decididas daban a la escena más calor que si la acción hubiera estado desarrollándose en el interior de las grandes forjas de los BanishKind de la superficie. El invierno comenzó a perder su crudeza, la nieve se derritió en los aledaños del castillo, y los guerreros de ambos bandos empezaron a desabrocharse capas y tabardos de manera descuidada.
Lord Akrann se adelantó. Miró durante un segundo a Lord Merric y éste respondió a su vez con su mirada desde lo alto de su castillo.
- ¿ Quién sois vos, que interrumpís de tal modo nuestro duelo a muerte?, ¿Acaso no comprendéis que tratamos de honor?. – Su voz sonó autoritaria y poderosa, pero el caballero del bastón carmesí no hizo ningún ademán de obedecer o inclinarse ante el Supremo Señor que le hablaba. Sin embargo, le contestó fríamente.
- Mi nombre poco importa, Lord Akrann, lo que ahora nos es dado impedir es que el equilibrio de la lucha entre el Alma y el Vacío - siga resintiéndose como hasta hoy. Mi señor, Dios - Dragón del Fuego, nos envía. Lucharemos contra todo aquel que intente hacer predominar la Oscuridad sobre el mundo que nuestro Dios nos ha encomendado guardar.
Mientras el caballero hablaba, los mil guerreros que le precedían comenzaron a rodear el campo de batalla en perfecta formación con sus monturas aéreas a lo largo de la fortaleza. Elevaron sus armas y los yelmos carmesíes comenzaron a brillar hasta que, con miles de estallidos, llamearon cuales hogueras de rojo fuego. Las lanzas bajaron, apuntando a los caballeros de Khorla y a sus aliados, a las catapultas malditas y a los mismos Magos del Vacío que, alarmados, empezaron a conjurar su magia para detenerles. Impasibles, los Caballeros del Fuego esperaron. El Bastón del Fuego brilló.
- No es un combate equilibrado, Lord Akrann. Vuestras fuerzas han superado a las de Aweth durante demasiado tiempo. Sufrid ahora las consecuencias de la ruptura de las leyes del Cosmos que habéis provocado.
Y en el tiempo en el que un suspiro expira en los labios, el fuego mortal se abatió sobre los poderosos caballeros de la oscuridad mientras Lord Merric permanecía estupefacto, inmóvil, observando cómo sus enemigos perecían.
El caos se adueñó por completo de la escena, Caballos relincharon y se encabritaron, huyendo y desmontando a la fuerza a sus jinetes. Todo ardió y se produjo una retirada masiva de aquellos que pudieron sobrevivir. Lord Akrann, furioso, hizo ademán de cargar contra ellos, lleno de rabia; pero Lord Loghim, que estaba a su lado, consiguió convencerle y le ayudó a salir de entre el fuego para ponerle a salvo. Todos sus fieles se colocaron a su alrededor con los escudos levantados para ofrecer a su señor toda la protección posible.
Al cabo de eternos instantes, minutos que parecieron segundos, el fuego de la muerte se apagó. Los guerreros del fuego envainaron sus espadas y colocaron las lanzas en el estribo de sus salamandras aéreas. Se situaron en formación de columnas con su comandante, el que había hablado antes, al frente y comenzaron a alejarse por el cielo negro envuelto en estrellas. El caballero, sin ni siquiera volverse, declaró:
- Derrotaremos a la Oscuridad con Fuego, y no habrá piedad para nadie.
Y Lord Merric quedó allí, encima de la torre más alta de su bastión, contemplando junto a sus valientes caballeros la destrucción y la muerte producida entre las filas de sus odiados adversarios, y aunque los odiaba por ser malignos, porque eran sus enemigos, no pudo reprimir un escalofrío que le recorrió su espalda mientras recordaba la fría neutralidad, el impasible y tremendo poder de aquellos sus “salvadores”.
FIN?
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